Rachel Nyakuhuru,huérfana de la guerra

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“Me llamo Rachel. Rachel Nyakuhuru. Tengo 27 años y ocho hijos. A dos los parí, al resto los adopté. Vivo en Laminadera, cerca de Gulu, en la casa cuatro del círculo cinco, junto a otras mamás. Soy muy feliz, porque amo a Jesús y porque sé que él me ama a mí. No soy ugandesa. Nací en Kisangani, en la República Democrática del Congo, en 1986. Mi papá era un guerrillero que se alió en el Lord’s Resistance Army junto a Koseph Kony y por eso, a los seis meses de haber nacido, me trajo para acá. También secuestró a mi mamá. A él lo mataron cuando yo tenía siete meses; mi mamá murió a mis diez. Por eso, yo sé lo que se siente ser huérfana.”

Me fui a Jinja, al Este de Uganda. Viví como pude, donde pude, sin papá, sin mamá. A los catorce años, me casé. A los diecisiete, tuve a mi primera hija. Él era borracho, me pegaba, traía a otras mujeres a la casa. Un día me cansé y me escapé. Volví a Gulu. Fue lo mejor que pude haber hecho. Así era mi vida hasta 2006, el año en que conocí a Jesús. Hasta entonces, todavía no lo había encontrado.

Llegué a la Iglesia por medio de una conocida y la vida me cambió para siempre. Me sumé al coro, empecé a rezar todos los días, otra vez recobré la fe, las ganas de vivir. Dios y Jesús me salvaron. En Gulu, el LRA, aquel en el que mi papá combatía, había dejado una enorme estela de destrucción. Miles de chicos huérfanos, con sus padres muertos en la guerra, deambulaban por las calles. A las mujeres, los soldados las violaban, muchas morían por el HIV. Se abrió una clínica para chicas jóvenes con los labios tajeados en las comisuras.

En esa ciudad devastada, decía, todo cambió para mí, porque conocí a Jesús. Un día, después de cuatro años de haber entrado en la Iglesia, se acercó una de las líderes espirituales y me hizo la propuesta: convertirme en una de las mamis. Acepté, era lo que Él quería para mí. Desde ese momento, soy mami Rachel.
Ahora, tengo ocho hijos. Soy muy feliz. Yo sé lo que se siente ser huérfana, y sé lo importante que es tener una familia. El más chico de los nenes, el de cuatro años, tiene HIV; el mayor se está recuperando de la malaria. Van a estar bien, la Biblia dice que el camino está lleno de obstáculos pero que, con fe, siempre al final está la luz. Todos los días rezamos, agradecemos por lo felices que somos. Jesús me da todo lo que necesito. Me llamo Rachel, decía, mami Rachel, y ésta es mi historia”.

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Cuando estuve en Gulu, hace unas semanas, visité Laminadera. Laminadera es una especie de “barrio cerrado”, con casas agrupadas en círculos, en el que viven aproximadamente 400 chicos y 50 madres. Cada mamá tiene ocho hijos, asignados por una Iglesia llamada Watoto. La gran mayoría de ellos eran huérfanos: habían perdido a sus familias por la guerra y el HIV. Muchos dormían en la calle, o se refugiaban en las parroquias para que no los violen, o se los lleven como soldados.

Esta Iglesia, que es una de las más importantes de Uganda, y se financia con donaciones de otras iglesias evangélicas de Estados Unidos, Europa y Canadá, le paga a Rachel, y a todas las demás mujeres, un salario fijo, mensual, para que trabajen como madres de esos chicos. Además, a cada una le construye la casa, de material, y todos los días les da la comida para alimentar a los hijos asignados. En Laminadera, hay escuela -primaria y secundaria-, Iglesia y hospital. No deja de ser, de todas formas, un aspecto muy extraño para nosotros, hasta tal vez chocante, que te paguen por ser mamá. Pero, claro, es muy complejo, desde nuestras experiencias, entender la situación de lugares que han sido tan castigados y tratar de analizalos con nuestras categorías de pensamiento.

Hablar con Rachel, y con otras madres, fue una experiencia tremenda. Ella es de la tribu Acholi, y, en su cultura, cada vez que un hombre entra a la casa, la mujer se arrodilla para saludarlo. No deja de ser su tradición, y no tengo por qué cuestionarla, pero sentí que, en realidad, yo debería haberme arrodillado ante ella.

Publicado por Fundación Atabal _ fuente: www.guinguinbali.com

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